Experiencia en evaluación de Pilar Rojas (Salesianos Puertollano)

Comenzaré diciendo que soy profesora de Bachillerato casi por accidente, ya que mi función en el Colegio Salesianos Puertollano fue, desde mi comienzo, la Orientación en las etapas superiores. Feliz en mi puesto, al ser psicóloga de carrera y de vocación -primera-, no esperé ni imaginé pasar a la docencia. Pero, a veces, las vocaciones le persiguen a uno y no al revés. Este ha sido mi caso.
Cualquier docente sabe que los comienzos tienen “sus cosas”, quiero decir, ser novato en cualquier aspecto acarrea cometer errores, aprender de ellos, sufrir un poco… en fin, qué os voy a contar.
Un compañero y amigo me decía “Pilar, esto al final engancha”. Si os soy sincera me costaba creerlo. Me estrené con un curso de 1º Bachillerato muy complicado. No veía yo mucha luz en aquello de dar clase. Pero aquel primer curso pasó y la profecía de mi gran compañero -Leonardo Villaverde- (gracias) se hizo realidad…comencé a disfrutar, comencé a querer a mis alumnos, a intentar dejarles algo que les sirviera para toda la vida (con las materias que imparto como excusa), siempre aprendiendo de la labor de mis compañeros de Claustro, ellos son mi ejemplo y mis grandes maestros (gracias).
En el curso 17-18 mi buen Director Pedagógico (el que me embarcó también en esto de dar clase), José Amador Prieto Palacios, me propuso formar parte del Equipo de Innovación del Colegio y, a la vez, hacer un curso de “Experto en Evaluación Auténtica”. Me gustó la idea, no sabía mucho de casi nada pero sí sabía que la forma convencional de evaluar no me gustaba en absoluto. No me parecía que ayudara a nadie. Mucho menos a ellos, a mis chicos. ¿Sabéis? El 95% (más o menos) del fracaso escolar no se puede justificar con dificultades cognitivas (esto nos lo explicó la experta neuróloga Carme Timoneda en unas Jornadas Formativas para Orientadoras en la Inspectoría, sino que dicho fracaso escolar se explica por causas emocionales…de “identidad académica”. Me intento explicar mejor: un alumno desde Infantil se crea (y le creamos) un autoconcepto escolar sobre el cual va a asentar su forma de sentirse en el aula. Será por mi sensibilidad con los alumnos con mayores dificultades que he intentado “contrarrestar” esa imagen que cargaban algunos al llegar a mis clases. No olvido nunca que “si hay miedo no hay aprendizaje”, es por esto que intento crear un clima de expansión -bien entendida-, donde no haya lugar para el miedo. Donde nadie va a suspender porque todos son buenos. Donde cada examen es revisado con cada alumno en privado, dedicándole gran parte del tiempo, remarcando a cada uno aquello en lo que es muy bueno (y todos lo son en muchos aspectos).
Es en este caldo de cultivo cuando llega esta oportunidad formativa de la Evaluación Auténtica que me viene como anillo al dedo en esos “palos de ciego” que voy dando como docente principiante.
Este curso formativo que comento, me aporta muchas herramientas, pero lo más útil para mí es el cambio de enfoque, la liberación, el uso de la evaluación como impulso para mis chicos y no como losa que cae sobre ellos y les aplasta.
Todos tenemos muchos aspectos mejorables, todos cometemos errores, todos tenemos carencias, todos somos horribles en alguna habilidad o competencia. Pero ¿quién ha sacado lo mejor de mí? Fácil respuesta: quien no ha mirado mis errores, sino que me ha admirado por ciertas “virtudes”, ha sido el ver la cara de asombro de alguien enfrente de ti quien te ha hecho sentir mejor, especial, capaz (gracias José Amador). Así ha sido mi práctica con mis alumnos: Resaltar en todo momento sus capacidades, académicas y humanas. Verbalizarlas en público. Valorar otros aspectos de aquel alumno que no estudia ni memoriza pero que interviene en clase, que tiene esa chispa para manejarse en la vida cotidiana ¿Todos tenemos que ser ratones de biblioteca? ¿Por qué? ¿Por qué el que llega sin hábito de estudio está condenado a no salirse de ese papel? ¿Por qué no puedo valorar más allá del prototipo de buen estudiante que se sabe todo al dedillo?…
Para todo esto es necesario una cosa: estar del lado de mi alumno, no verlo como un enemigo. Me
hace daño cuando escucho a algún docente decir “este no se ríe de mí” o “esta se va a enterar”, porque así no estamos a su lado, así no los estamos queriendo y como decía Don Bosco, si no sienten que los queremos, no podremos enseñarles nada.
No me detengo en temas más formales, pero también he aprendido a usar herramientas o técnicas que me permiten evaluar de forma más real, más “positiva”: Una de mis herramientas favoritas es el Diario de Aprendizaje, es alucinante leer a mis alumnos y palpar sus pensamientos sobre los temas propuestos. También incluyo una rúbrica de evaluación en todos los exámenes, para guiarles en cuanto a la “forma”… para que sepan cómo redactar, cómo presentar un escrito, en fin, debo decir que han mejorado mucho y que, además, veo que siguen esas pautas en los exámenes de otras materias. A final de curso también les redacto una carta, manuscrita por mí, donde hago un pequeño resumen de los avances que he visto en cada uno, donde les hago ver las cualidades que tienen…en definitiva, una evaluación auténtica, sin una cifra numérica. Luego me han contado anécdotas bonitas respecto a este escrito: “mi madre no paró de llorar al leerlo” me contaba una alumna a la que siempre le han costado mucho los estudios. Otro me decía: mi padre se lo enseña a cualquier amigo que se encuentra.
Creo que los padres de hijos que no sacan siempre buenas notas, sufren mucho también. No es justo. El valor
de sus hijos está en tantos lugares que me apena que las calificaciones de la escuela marquen la armonía de una familia.
Os dejo unas fotos, con toda humildad, pero orgullosa de ellos, porque habla de lo bueno que son ellos y no yo. Mis alumnos del 17-18 me hicieron una fiesta sorpresa de cumpleaños, me compraron un ramo de flores, una tarta y un cuadro con unas frases preciosas. Ya digo, los buenos son ellos, y agradezco a todas las personas que han hecho posible que yo acceda a esta nueva perspectiva en la Evaluación porque no solo me sirve a mí para ser más feliz en el aula, sino que puedo ayudar mejor a mis chicos mientras doy clase “de lo que toque”. GRACIAS. El reconocimiento de mis alumnos ese día, es, en realidad, gracias a esta nueva forma
de entender todo esto.